lunes, 13 de diciembre de 2010

Dos novelas cinéfilas

He leído casi seguidas dos novelas que exigen (o al menos agradecen) al lector un conocimiento algo más que elemental de la historia del cine.

Las primeras referencias que tuve de “Flicker”, una novela de 1991 escrita por Theodore Roszak, se referían a una posible adaptación cinematográfica, que correría a cargo de Darren Aranofsky. Han pasado ya unos cuantos años de eso y, como sucede en muchas ocasiones, la película no se ha concretado. Si hubiera encontrado la novela en una librería, probablemente la hubiera ignorado: el slogan publicitario que los editores colocaron en la edición que tengo (“Sunset Boulevard meets The Da Vinci Code”) hubiera hecho arrugar la nariz al snob literario que vive en mi interior. Por suerte, las referencias que conocía eran positivas e intrigantes, así que me decidí a encargar el libro por Amazon (no está traducido al castellano, que yo sepa).
El título hace referencia al parpadeo de la luz que emite el proyector cinematográfico. Es esta alternancia entre luz y oscuridad la que permite la ilusión del movimiento de las imágenes. En la novela, una secta religiosa maniquea considera que este parpadeo es una una metáfora, o quizás más bien una manifestación, de la lucha entre el bien y el mal, entre el Dios bueno y el Dios malvado que luchan por conquistar el mundo. Esta secta, que desciende de los cátaros medievales y, más atrás en el tiempo, de las antiguas religiones dualistas, educa a sus acólitos en orfanatos (sus miembros tienen prohibido reproducirse) en los que les enseñan los oficios cinematográficos, tras lo cual los introducen en el mundo de la producción de películas, en cuyo interior colocan de manera subliminal sus mensajes.

El protagonista de “Flicker” es un académico, uno de los primeros en formarse como tal en las universidades norteamericanas en los años sesenta. Su reputación profesional se basa en su estudio de la obra de Max Castle, un exiliado alemán que fue a parar a Hollywood en los años veinte. La carrera de Castle (o von Kastle), aunque imaginaria, está construida mezclando la imaginación del autor con detalles auténticos de las vidas de cineastas reales de Eric Von Stroheim y Edgar Ulmer, el último de los cuales aparece también en la novela como colaborador de Castle. La historia real del cine se entrevera con la trama de la novela dando lugar a la aparición de otros cineastas como Orson Welles y John Huston, y de personajes inspirados parcialmente en otros. Roszak tiene claro que no pretende hacer un roman-a-clef y para que no haya confusiones hace compartir a sus personajes ficticios la realidad de la novela con sus contrapartidas reales: igual que Castle y Ulmer colaboran en la novela, Claire, la mentora del protagonista, basada parcialmente (creo) en Pauline Kael, comparte con ésta columna en la prensa neoyorquina, y un cineasta de vanguardia que recuerda a Andy Warhol es en la novela un competidor suyo residente en la Costa Oeste. Los placeres de la novela para el cinéfilo vienen de la propia trama, que reformula la historia del séptimo arte en clave conspirativa, y en la captación de las alusiones que hace Roszak a cineastas y películas reales y a otros inspirados en aquellos.

En la base de la novela está la contraposición, por lo menos problemática, entre dos tipos de cine que vendrían a estar al servicio, respectivamente, de la luz y de la sombra. Aunque Roszak deja que los que hablen sean sus personajes y resulta cuando menos arriesgado atribuirle sus opiniones, de la lectura de “Flicker” se puede extraer la conclusión de que estos dos tipos de cine están mortalmente enfrentados: uno (el “bueno”) sería el cine humanista que defiende Claire, el de Renoir, Dreyer o “Les enfants du paradis”, su película más amada. El otro es el cine basura, que excita el ansia instintiva del público (la pulsión escópica que decía aquel) por la violencia y la pornografía, que representa Castle, y que uno de sus sucesores lleva al extremo con películas que literalmente castran al espectador. Roszak sin embargo tiene la honestidad moral de reconocer la belleza y la fascinación que puede producir este tipo de cine.

Si "Flicker" es un thriller con marchamo intelectual, “Sospechosos” de David Thomson resulta un libro deliberadamente difícil de clasificar. Thomson, de origen inglés, es uno de los críticos de cine más conocidos y respetados de los Estados Unidos. Su obra magna (de la que acaba de editar una nueva edición) es su “Diccionario biográfico del cine”, en el que da cuenta en breves y a menudo polémicas entradas de sus filias y de sus fobias. En algún momento Thomson recibió el encargo de realizar otro Diccionario, en este caso de personajes cinematográficos, que él decidió restringir al ámbito del cine negro. En principio, esto es lo que parece ser “Sospechosos”: una serie de biografías ficticias de personajes de algunas de las películas más conocidas del cine clásico norteamericano, de “Chinatown” a “El sueño eterno” (hay que decir que la definición de cine negro que utiliza Thomson es bastante católica y no le impide incluir películas como “Ciudadano Kane”). Sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura suceden varias cosas. Primero, vemos que estos personajes viven en el mismo mundo, y sus caminos se han cruzado en repetidas ocasiones. Por otro lado, se va infiltrando la voz de un narrador, en principio desconocido, que introduce comentarios personales, y cuya identidad se revela al final del libro (aunque el lector avisado ya la ha deducido unos cientos de páginas antes). Por último, se revela poco a poco una trama: aquello que parecía un libro de referencia resulta ser una novela. El resultado, aunque no me ha parecido totalmente satisfactorio en algunos detalles, es fascinante. Por supuesto, proporciona el placer cinéfilo de recordar películas vistas hace tiempo, o reconocer personajes aparentemente olvidados. Aunque cada entrada viene precedida por el nombre del personaje, la película en la que aparece y el actor que lo interpreta, el conocedor puede deleitarse descubriendo más referencias “ocultas”: por ejemplo, la biografía del personaje de Fred MacMurray en “Perdición” revela que se trata del mismo que el actor interpretó en “Comenzó en el trópico” (Swing High, Swing Low), una comedia de Mitchell Leisen que no se menciona en ningún momento; o, si nos mantenemos en la misma película, el personaje que interpreta Edward G. Robinson resulta ser, unos años más tarde, el protagonista de “La mujer del cuadro”. A buen seguro, un buen conocedor del cine norteamericano apreciará multitud detalles que yo no he sabido observar. Más allá de estos detalles, el valor de este extraño híbrido de novela y ensayo puede estar en su desvelamiento de un país que resulta nos resulta perfectamente reconocible a través de los retratos parciales que de ella hemos ido viendo en el cine: la América construida por patriarcas del capitalismo como Charles Foster Kane o Noah Cross, y marcada por el crimen.

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